Por Enrique
Atlas Shrugged o La Rebelión de Atlas como se le llama en español, es uno de los libros más polémicos que hemos leído en el Grupo de Lectura. Desde el primer capítulo, el grupo se encontró dividido en dos, aquellos que alababan al libro tanto por su narrativa como por su contenido, y los otros, que no encontraban algo qué alabar en ese masivo volumen. En este comentario sobre La Rebelión de Atlas no voy a comentar sobre el Objetivismo, no quiero entrar en discusiones filosóficas sobre el individualismo o el colectivismo, simplemente evaluaré cómo me parece en términos literarios.
Tenemos que recordar que la Rebelión de Atlas es un libro de Filosofía que se esconde bajo un velo de Literatura. Como obra Filosófica, no es ajena de algunos de los criticismos que encontramos en libros de Hegel o del propio Marx. Esto es su extensión. No todos nos enamoramos de manera instantánea de un libro de 1,200 páginas. Pero a diferencia de los libros de Marx o de Hegel, donde cada capítulo nos introduce a un análisis exhaustivo de un nuevo aspecto de la realidad, Rand simplemente nos lleva de la mano para que sigamos las aventuras de Dagny y sus amiguitos. Y estas aventuras en un principio nos pueden parecer interesantes, pero cuando un viaje a una fábrica de automóviles clausurada se extiende a tal grado que el capítulo que lo narra se puede llegar a comparar en extensión a una novela corta o a un cuento muy largo, la atención que todos queremos darle a esos eventos se empieza a perder y para el final del capítulo nos importa un bledo el motor, la fábrica, los vecinos de la fábrica, Dagny y la novela. Para terminar con el tema de la extensión del libro, creo que la Rebelión de Atlas pudo haberse escrito en 350 páginas y hasta le sobrarían.
Los caracteres del libro en un principio me parecían interesantes, Francisco d’Anconia, Dagny y Rearden eran misteriosos, idealistas y hábiles. Pero a medida que el libro continuaba, aquél que considerábamos un líder y hombre entre hombres, era simplemente un reflejo, una sombra de aquél que merece nuestra admiración, que es John Galt. Lo malo es que a diferencia de otras obras de literatura donde cada personaje tiene ciertas características que son distintivas y que lo hacen especial, Rand nos invita a aceptar que d’Anconia se ha metamorfoseado para convertirse en un John Galt. Todas las cualidades que encontrábamos en d’Anconia y que tanto admirábamos en él, ahora las vemos en Galt, el amor que Dagny le profesaba a su ex amante ahora va para Galt, el velo de misterio que tenía d’Anconia también lo hereda Galt. Así que ¿Quién es John Galt? Es Francisco d’Anconia ni mejorado ni evolucionado, son la misma persona con nombre diferente. Esto puede ser porque Rand no es hábil en términos literarios, o quizás ella nos quiere decir que su hombre ideal es el mismo, que los hombres grandes y creativos son clones unos de los otros. O quizás pueda ser una contradicción del Objetivismo, el individualismo de los grandes no existe, todos tenemos que ser como los grandes, y no simplemente parecernos un poco, los tenemos que imitar o calcar tan fehacientemente como nos sea posible.
Pero quizás lo más lamentable en cuanto a los personajes de este libro fue la forma como Rand nos describe a los apóstoles del mal, aquellos que creen en el socialismo o que promueven los intereses de la sociedad sobre los del individuo, hablo de James Taggart, de Mouch, Boyle y especialmente del Dr. Stadler. Estos personajes son caricaturas patéticas, son simples, débiles y faltos de cualidades que explique su preeminencia en la política o en los escalafones de poder de la sociedad. Sí, todos queremos creer que los malos de las historias son torpes, incapaces, feos y hasta impotentes. Pero la mayoría de los escritores de renombre nos invitan a historias donde los villanos tienen ciertas cualidades que los hacen peligrosos o perfectos villanos. No es que quiera que Rand alabe a los políticos que ella considera socialistas, pero por favor, ¿podrían ellos ser más patéticos? Un punto más a debatir es, si Stadler fue una vez el mentor tanto de Galt como de d’Anconia, ¿cómo es posible que sea una persona tan falta de voluntad, un personaje que acepta que la historia lo atropelle sin poner resistencia? Esto que quede para la posteridad.
La narrativa en La Rebelión de Atlas es buena. No cabe la menor duda que Ayn Rand tenía grandes aptitudes narrativas. Yo tuve la oportunidad de leer este libro en su idioma original, el inglés y me sorprendió su alta calidad narrativa. Obviamente, puesto que este es un vehículo para la exposición de una idea política y filosófica, no vamos a encontrar muchos símiles, metáforas u otras figuras literarias. Su estructura es más simple, exponiendo hechos en forma clara y concisa. Aún así, si algo puedo decir de las características literarias de La Rebelión de Atlas, es que su estructura es simple y no se complica el seguimiento de la historia.
Ahora, la narrativa era buena y el realismo era interesante, hasta que llegaron los cuatro fantásticos. Sí, ese cuarteto de personajes que fueron creados en las tiras cómicas de Marvel invadió La Rebelión de Atlas en el momento menos esperado. En su afán de rescatar a Galt, estos cuatro superhéroes invaden un edificio custodiado por agentes contratados por los villanos del cuento y con una tremenda demostración de habilidad en el uso de armas y conocimiento del manejo de la sorpresa en el asalto a instalaciones, lograron el rescate de su líder sin siquiera sufrir una baja. ¿Pero cómo es que podemos aceptar estas nociones? ¿No pierde legitimidad este libro cuando nos invita a aceptar estas ideas?
Un punto que nos puede parecer interesante es la explicación de los principios del Objetivismo cuando nos lo explica John Galt casi al final del libro. Este discurso que se extiende por 56 páginas nos expone a una filosofía diferente, altamente individualista y que la mayoría de los seguidores de Rand consideran la base filosófica del capitalismo. Su valor literario es discutible, de hecho yo lo considero redundante, puesto que d’Anconia ya nos había regalado una explicación semejante en la primera parte del libro. En un discurso que hasta cierto punto yo lo encontré extrañamente paralelo a lo que encontraríamos en “El Sermón de la Montaña”, a pesar de ser su antítesis. d’Anconia nos introduce a una filosofía de la que no conocíamos sus principios, nos habla de el dinero, de los peligros de atar las manos de los creadores, en general nos da los primeros elementos de esa filosofía. Y ese discurso no es corto tampoco, pero ¿por qué manejarse con estos monólogos cuando podría haber seguido con la narrativa y simplemente contar con el intelecto de los lectores? Bueno, quizás podemos necesitar que nos mastiquen la comida para poder deglutir.
Finalmente quisiera exponer, aunque esto contradiga lo que dije en un principio, que una universidad guatemalteca se precia de ser un sitio donde se discute, se alaba y se siguen los principios que Rand expone en su obra. Yo no sé qué tipo de base intelectual estas personas tienen, pero dudo que tengan la capacidad analítica necesaria para interpretar lo que se expone en este libro. ¿No se dan cuenta de que Rand critica la educación universitaria como dogmática y nos dice que aquellos que tienen genio no poseen educación formal? Entonces, ¿cómo puede un centro de educación universitaria promocionar ideas que cuestionan el uso de estas instituciones? ¿Será que nadie leyó realmente el libro? ¿Será que no lo entendieron? Lo que es más, ¿No entienden los señores directivos de esta universidad que promueven ideas que han sido por demás universalmente descartadas, tanto por la base intelectual de todas las universidades occidentales, como por los mismos elementos que ella adora? ¿Será que cuando Gates dona la mayor parte de su dinero a obras caritativas nos muestra que los principales elementos creativos pueden creer en el bien de la sociedad? Ojalá que algún día las autoridades administrativas de esta universidad se den cuenta que promueven un libro que quizás tiene cierto valor filosófico, pero muy poco valor literario.